Ho Chi Minh y Hanoi, las dos caras de Vietnam
Ambas metrópolis asiáticas brindan un recorrido histórico y espiritual, además ofrecen los peculiares sabores de la gastronomía de la región
Con sus edificios coloniales franceses y amplios bulevares, la ciudad Ho Chi Minh, la antigua Saigón, sigue ejerciendo una atracción fascinante en Vietnam. En cambio, Hanoi, en el norte del país asiático, puede preciarse de una historia milenaria y ofrece en su laberíntico centro histórico una gastronomía callejera exquisita.
Los árboles de plumaria, que ya seducían al escritor británico Graham Greene, no han dejado de crecer y de despedir su característico olor en Ciudad Ho Chi Minh. Y también el hotel Continental, junto a la Ópera, en cuya azotea se reunían durante las dos guerras de Vietnam agentes secretos y corresponsales, sigue en el mismo lugar reluciendo un color blanco fresco e inocente.
Sin embargo, a la izquierda y a la derecha del hotel se abren las zanjas de obras de construcción. Ciudad Ho Chi Minh, al igual que toda Asia, vive desde hace años una fiebre del ladrillo con la edificación impetuosa de gigantes relucientes de vidrio y acero. La metrópoli en el sur de Vietnam, de siete millones de habitantes, se ha despojado de su imagen de ciudad somnolienta para convertirse en un centro económico moderno.
La herencia francesa prácticamente se ha reducido a un ornamento. Y en muchos casos, edificios de la época colonial, como el ayuntamiento con su torre del reloj de 1907, han sido renovados y pintados de unos colores tan chillones que recuerdan más a Disneyland que a los testigos auténticos de la desgarradora historia del país.
No impresionada en absoluto por la mastodóntica arquitectura moderna, la juventud se reúne por la noche en este espacio artificial y deambula por el antiguo bulevar Charner. La amplia avenida está flanqueada por hoteles y restaurantes con terrazas en azoteas. Desde arriba, la vista capta el flujo de motocicletas y coches, que tampoco cesa a altas horas de la noche.
No impresionada en absoluto por la mastodóntica arquitectura moderna, la juventud se reúne por la noche en este espacio artificial y deambula por el antiguo bulevar Charner. La amplia avenida está flanqueada por hoteles y restaurantes con terrazas en azoteas. Desde arriba, la vista capta el flujo de motocicletas y coches, que tampoco cesa a altas horas de la noche.
También la calle paralela Dong Khoi sigue siendo tan popular como antes entre los vietnamitas que salen a pasear. La calle baja desde la catedral Notre Dame hasta el río Saigón. Aquí hay una gran densidad de tiendas de lujo internacionales pero también cafés y restaurantes de estilo seudocolonial con palmeras de interior y ventiladores de madera.
La mejor manera para descubrir lugares de la vida tradicional entre tantos edificios nuevos y altos es participar en una excursión guiada en motoneta. A toda velocidad, el turista es llevado como acompañante en viejas motonetas italianas por el ajetreado tráfico de la ciudad. El recorrido, que dura cuatro horas, incluye como escalas el parque Tao-Dan, adonde acuden en la mañana hombres para exponer sus pájaros decorativos en jaulas de madera, pequeños mercados de flores y pescado, así como magníficos templos y pagodas budistas. El joven conductor se lanza sin miedo por cada curva: una gozada.
Merece la pena visitar, esta vez sin guía, el Museo de los Vestigios de la Guerra, no en último lugar por la exposición “Requiem”, con imágenes de reputados fotógrafos de guerra. En ninguna otra parte de la ciudad uno puede palpar con tanta intensidad los horrores de la Guerra de Vietnam.
También en la metrópoli del norte, Hanoi, la capital de Vietnam, hay un museo dedicado a la guerra. Sin embargo, no es tan impactante como el de Ciudad Ho Chi Minh. El encanto especial de Hanoi es la vida en las calles.
La capital vietnamita, cuyos edificios tienen generalmente poca altura, tiene un aspecto casi provincial. La ciudad se beneficia de su ubicación idílica junto al lago Hoan Kiem. En la orilla, la gente juega al bádminton y se ejercita con bailes colectivos.
Junto al lago comienza también el casco viejo de la ciudad con 36 callejones laberínticos llenos de talleres de artesanía. Por todas partes hay puestos de comida en las calles con pequeñas sillas de plástico que parecen destinadas a niños. Cuanto más baja la silla, más barata resulta ser la comida.
En materia culinaria, hay dos cosas que uno no debe perderse nunca en Hanoi: Pho, una sopa clara de carne de vacuno con tallarines, cebolletas, cilantro, albahaca, menta y unas gotas de lima. Y Caphe trung: un café fuerte con espuma dulce de claro de huevo, como un zabaione italiano. Vietnam es un país de cafeteros. En el distrito gubernamental de Hanoi, que también se puede explorar muy bien a pie, se encuentra el edificio más emblemático de la ciudad, el Mausoleo de Ho Chi Minh. En contra de su última voluntad, el cadáver del héroe vietnamita fue expuesto embalsamado en este edificio de mármol con forma de cubo.
Detrás del mausoleo se encuentra el palacio presidencial con un jardín, un estanque y un sencillo palafito donde Ho Chi Minh vivía y trabajaba. Un detalle divertido del complejo es el garaje con los automóviles del revolucionario, pequeños coches clásicos como el Pobeda soviético de 1955 o el Peugeot 404.
El edificio más bonito de Hanoi, con diferencia, es el Templo de la Literatura, que se encuentra a media hora de camino del mausoleo. Durante más de 800 años, el templo fue el centro de la formación confuciana. El visitante camina a través de grandes portales por cinco patios interiores con pequeños estanques, templos, salas de actos y tortugas de piedra. Desgraciadamente, el sitio suele estar repleto de gente.
El Templo de la Literatura da una idea de la antigüedad de Hanoi. En el año 2010, la ciudad celebró el milenario de su fundación. En cambio, la antigua Saigón solo tiene unos 300 años de antigüedad. Tan solo por esta razón, el turista que solo tiene tiempo para visitar una de las dos metrópolis debería optar por Hanoi, por su pasado histórico y su diversidad.